
La adicción es típica en todas las historias de amor basadas en el encaprichamiento. Todo comienza cuando el objeto de tu adoración te da una dosis embriagadora y alucinógena de algo que jamás de habías atrevido a admitir que necesitabas - un cóctel tóxico - sentimental, quizá, de un amor estrepitoso y un entusiasmo arrebatador-. Al poco tiempo empezás a necesitar desesperadamente esa atención tan intensa con esa ansia obsesiva típica de un adicto. Si no te dan la droga, tardas poco en enfermar, enloquecer y perder varios kilos (por no hablar del odio a quien te ha fomentado la adicción, pero ahora se niega a seguirte dando de eso tan bueno, aunque sabés perfectamente que lo tiene escondido en algún sitio, maldita sea, porque antes te lo daba gratis). La fase siguiente es la del adelgazamiento y el temblequeo en el rincón, sabiendo que venderías tu alma o robarías a tus vecinos con tal de probar ESO una sola vez más. Mientras tanto, a tu ser amado lo repeles. Te mira como si no te conociera en absoluto, como si jamás te hubiera amado con esa pasión fervorosa. Lo irónico del asunto es que no podes echarle la culpa. Porque, vamos, mírate bien. Sos un asquete, un ser patético, casi irreconocible ante tus ojos. Ya está. Ya has llegado al destino final del amor caprichoso: la más absoluta y despiadada devaluación del propio ser.
me encanta ese fragmento del libro.
ResponderEliminarbeesioto :)